“Así alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y
glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:16)
A algunos nunca se
les ha ocurrido que la luz del creyente y sus obras son dos cosas diferentes.
No son lo mismo en absoluto, aunque a menudo se oye a los predicadores
equipararlas. No es raro que alguien diga: “Creo en dejar que mi luz brille”.
¿Qué quiere decir con esto? Por lo general, que trata de vivir una buena vida
delante de los demás. Pero una buena vida tiene que ver con las obras, no con
la luz. Permítanme darles un ejemplo.
Un hermano conducía
hacia su casa una noche cuando su coche empezó a fallar. Se detuvo en una
gasolinera para que lo revisaran. Un mecánico vino con su ayudante para echarle
un vistazo. Miraron debajo del capó hasta que encontraron el problema. Era la
bomba de combustible que se había estropeado.
El mecánico comenzó
de inmediato a reemplazar la bomba por una nueva. Mientras trabajaba en el
coche, su ayudante observaba. Mientras el mecánico trabajaba en el coche, su
ayudante sostenía una linterna para poder ver mientras trabajaba. La atención
del ayudante se desvió y la luz se movió y el mecánico no pudo ver lo que
estaba haciendo. El mecánico gritó a su ayudante: “¡Oye! ¡Ilumina mi trabajo
para que pueda ver lo que estoy haciendo!”.
De esta ilustración
podemos ver que hay una diferencia entre la luz y las obras. El trabajo del
mecánico era una cosa, pero la luz era otra. Sin la luz, ni el mecánico ni nadie
que lo estuviera viendo podían ver lo que estaba haciendo. La luz era necesaria
para iluminar el trabajo para que pudiera verse.
Esta escritura
habla de dos cosas, la luz y las obras, necesitamos ver qué constituye la luz
del creyente. ¿Qué es? ¿Qué quiere decir Jesús cuando dice: “Deja que tu luz
brille”?
La mayoría de
nosotros hemos tropezado en la oscuridad buscando el interruptor de la luz.
Cuando encendemos el interruptor, la luz se enciende y entonces podemos ver
todo lo que nos rodea. Podemos ver lo que estamos haciendo y hacia dónde vamos.
La luz trae iluminación.
Hay otro tipo de
iluminación. Es el tipo de luz que se entiende por la expresión común, “arrojar
luz sobre el tema”. Con esto nos referimos a la información, inteligencia o
conocimiento que abre o explica un asunto que de otro modo no habría sido
revelado. También sabemos lo que es la oscuridad correspondiente: la
ignorancia. Cuando un tema oscuro se nos ilumina con información, a menudo
decimos: “Oh, ahora veo”. Eso significa que acabamos de adquirir conocimiento.
La luz física expone las cosas externas, la información explica las internas.
Por eso lo llamamos conocimiento.
Es en este sentido
que Jesús usa la palabra “luz”. Así como la luz del sol dispersa la oscuridad
de la noche, ¡así también la Palabra de Dios disipa la oscuridad interior o
espiritual de este mundo! ¡La Palabra de Dios es Su luz! El salmista dijo lo
mismo: “La exposición de tus palabras” (Salmo 119:130), y nuevamente, “Lámpara
es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (119:105).
La Palabra de Dios
brilla. Es como una farola que dispersa la oscuridad espiritual de este mundo.
Y quienes usan o declaran la Palabra de Dios son iluminadores. Son informantes
que aportan conocimiento a las personas para que puedan ver lo que Dios está
haciendo en sus vidas. Son como ayudantes que sostienen la luz, para que Dios
pueda ser visto. Ahora bien, si la Palabra de Dios es Su luz, ¿qué es “tu luz”
que debe brillar?
Si la luz de Dios
es Su Palabra, entonces tu luz es tu palabra. Así como la Palabra de Dios
brilla sobre Sus obras para iluminarlas, así también tu luz puede brillar sobre
tus obras, y lo que verán los hombres será la mano de Dios obrando en tu vida.
Sin esta luz, no verán lo que Dios está haciendo, no importa cuán sorprendente
o dramático sea. No importa cuán espectacular sea la obra de Dios en tu vida,
la gente no la verá ni le dará crédito a Dios por ella.
Tomemos como
ejemplo el sol. Dios nos ha dado algo maravilloso: sale cada mañana para llenar
el cielo con su gloria. No hay lugar al que una persona pueda ir para escapar
de su presencia. Pero, ¿acaso la gente se pregunta por ello? ¿Se les ocurre
cómo llegó a existir algo así? ¡No! Si la gente puede contemplar semejante
maravilla en el cielo y no ve la mano de Dios, nunca le darán crédito por una
pequeña maravilla en su vida, a menos que digamos algo.
Había un hermano
cuya esposa estuvo hospitalizada con polio. Durante años estuvo en un pulmón de
acero hasta que falleció. Fielmente, tres veces por semana, año tras año, este
hermano iba al hospital para estar con ella. La gente veía su fidelidad y
decían lo buen esposo que era. Más allá de eso, hacía un gran trabajo cuidando
a sus hijos él solo. La gente veía esto y decía: “Es un padre maravilloso”.
Era un cristiano bueno
y fiel y la gente decía: “Qué buen hombre era”. Pero lo único que la gente veía
era a este hermano y su devoción a su esposa, su familia y su iglesia. No
consideraron ni una sola vez que fue Jesús quien hizo todo posible. Solo
pensaron: “Qué persona tan maravillosa, yo nunca podría hacer eso”.
Dime, ¿quién
recibió el crédito, quién recibió la alabanza? La gente vio sus buenas obras,
pero ¿a quién glorificaron? Alabaron al hermano, pero no le dieron la alabanza
a Dios. ¿Por qué no? Su luz no brillaba. No había palabras para iluminar la
obra de Dios en su vida. Nada de él indicaba que el Señor era el responsable.
Hasta que abrió la boca para atribuirle el mérito específicamente al Señor,
nadie estaba dispuesto a reconocer la bondad del Señor.
Algún tiempo después
su pastor fue a visitar a este hermano y aconsejarlo sobre su situación. El
pastor le hablo de la bondad y la misericordia de Dios en su vida. Le hablo sobre
cómo Dios había provisto para él y su familia durante todos los años que su
esposa había estado enferma y cómo Dios lo había fortalecido para que pudiera
cumplir con sus obligaciones fielmente para con su esposa y su familia. El
pastor le menciono que durante todos estos años Dios nunca lo había dejado
solo, sino que estaba con él cuando se sentía débil y solo. Le dijo que siempre
debía dar gracias y regocijarse en el Señor, en los buenos y en los malos
momentos. Pudo entender que el gozo del Señor era su fortaleza y que si no
hubiera sido por Dios en su vida no podría cumplir con sus obligaciones. Pudo
ver que no era por él mismo sino porque Dios estaba obrando en su vida.
Después de eso
comenzó a hablar de lo que Dios estaba haciendo en su vida. Después de eso,
todos los que comentaron sobre sus buenas obras aprendieron de él que era Jesús
quien lo hizo todo posible. Le dio a Dios toda la honra y gloria por todo.
Entonces surgió una nueva corriente de comentarios: "Si Dios puede hacer
eso por él, tal vez pueda hacerlo por mí".
Las personas se
vieron obligadas a contemplar la gracia de Dios, debido a las palabras de este
hermano. Sus palabras iluminaron sus obras obligando a las personas a darle
crédito a Dios por ellas, quisieran o no. Sin sus palabras, él recibió toda la
alabanza y el crédito. Es vital y fundamental que separemos nuestra luz de
nuestras obras. Cuando lo hagamos, tendremos una herramienta poderosa para
exaltar a Cristo y dar testimonio.