“No se preocupen
por nada; más bien, en toda ocasión, mediante oración y ruego, presenten sus
peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.
Filipenses 4:6-7
El diccionario
define el estrés como “tensión o esfuerzo físico, mental o emocional”. Un poco
de estrés es necesario e incluso bueno, pero cuando hablamos de “estrés”,
generalmente nos referimos a un esfuerzo o tensión mental o emocional excesiva
o negativa. Si bien el “estrés” no se menciona específicamente en la Biblia,
las Escrituras sí hablan de cosas como la ansiedad, la preocupación y los
problemas, cosas que a menudo asociamos con el estrés.
Todos sufrimos
estrés en un momento u otro. La forma en que lo enfrentamos depende de quiénes
somos. Para algunos, el estrés emocional causa enfermedades físicas. Otros
pueden volverse hiperproductivos. Por otro lado, algunas personas bajo estrés
se bloquean mental y emocionalmente. Y, por supuesto, hay una variedad de otras
respuestas. El estrés es una experiencia humana común, particularmente en un
mundo donde las demandas de nuestro tiempo y atención parecen ser
interminables. Nuestros trabajos, salud, familia y amigos pueden abrumarnos. La
solución definitiva para el estrés es entregar nuestras vidas a Dios y buscar
Su sabiduría con respecto a las prioridades. Él siempre da lo suficiente, por
lo que no debemos dejarnos vencer por el estrés.
Una causa común de
estrés es financiera. Nos estresamos por el dinero porque parece que nunca
tenemos lo suficiente. Nos preocupamos por poder pagar todas nuestras cuentas,
y muchos viven de sueldo a sueldo. O nos consumimos por el materialismo y, a su
vez, nos estresamos por mantener nuestro estilo de vida. Algunos se estresan
por las finanzas porque no confían en que Dios les provea las necesidades
básicas de la vida. Pero Jesús dijo: “Por eso les digo: No se preocupen por su
vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, qué vestirán. ¿No es la vida más
que el alimento y el cuerpo más que el vestido? ¿Y quién de ustedes, por mucho
que se afane, podrá añadir una sola hora al curso de su vida?” (Mateo 6:25,
27). Es cierto que estamos llamados a ser buenos administradores del dinero y a
proveer para nuestras familias (1 Timoteo 5:8), pero nunca debemos olvidar que
Dios es, en última instancia, nuestro Proveedor. Si somos Suyos, no debemos
temer que Él nos abandone. Por otro lado, hay quienes sufren estrés financiero
más por codicia materialista que por necesidad real. El materialismo
inevitablemente conduce al estrés porque, cuando buscamos los bienes del mundo,
hemos caído en el “engaño de las riquezas” (Marcos 4:19), la mentira de que
esas cosas alivian el estrés y conducen a la felicidad, la satisfacción y la
alegría. No es así.
También podemos
sentirnos estresados cuando enfrentamos una dificultad o una prueba. Santiago
1:2-4 aconseja: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en
diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Y la
paciencia lleve a cabo su obra, para que seáis perfectos y cabales, sin que os
falte cosa alguna”. Cuando enfrentamos dificultades, podemos sucumbir al
estrés, o podemos verlo como un medio por el cual Dios puede fortalecer nuestra
fe y moldear nuestro carácter (Romanos 5:3-5; 8:28-29). Cuando redirigimos
nuestra atención a Dios, encontramos consuelo en nuestras penas y fortaleza
para soportarlas (II Corintios 1:3-4; 12:9-10).
No importa el tipo
de estrés que tengamos en nuestra vida, el punto de partida para enfrentarlo es
Jesucristo. Jesús nos ofrece un gran estímulo en Juan 14:1: “No se turbe
vuestro corazón. Creed en Dios, creed también en mí”. Lo necesitamos
desesperadamente en nuestra vida. Lo necesitamos porque es el único que puede
darnos la fuerza para enfrentar los problemas de nuestra vida. Creer en Él no
significa que tendremos una vida libre de problemas o que no nos sentiremos
abrumados por el estrés en nuestra vida. Simplemente significa que una vida sin
Jesucristo hace que enfrentar el estrés sea una tarea imposible y a menudo
debilitante.
Creer conduce a
confiar. Proverbios 3:5-6 nos dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón, y
no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él
enderezará tus veredas”. Apoyarse en "nuestra propia prudencia" a
menudo significa adoptar las formas del mundo de aliviar el estrés, cosas como
el alcohol, las drogas o el entretenimiento sin sentido. No debemos dejar que
el estrés nos invada, ni que nos obligue a abandonarnos a las drogas ni a las
diversiones sin sentido. En lugar de ello, debemos confiar en Su Palabra como
nuestra guía definitiva para una vida libre de estrés. David dice: “Busqué al
Señor, y él me respondió, y me libró de todos mis temores” (Salmo 34:4). David
sabía que si buscaba al Señor y compartía sus problemas con Él, tal vez
encontraría Su favor. El Señor, a su vez, le respondió y lo calmó.
Quizás ningún
pasaje de las Escrituras capte mejor cómo manejar el estrés que Filipenses
4:6-7: “No se preocupen por nada; más bien, en toda ocasión, mediante oración y
ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus pensamientos en
Cristo Jesús”. El Señor nos dice que no nos preocupemos por nada, sino que le
entreguemos todo en oración. Llevar nuestras cargas y preocupaciones a un Dios
santo y justo a diario mitigará o eliminará el estrés en nuestras vidas. El
Salmo 55:22 nos dice que depositemos todas nuestras preocupaciones sobre Él,
porque Él nos sustentará y nunca nos fallará (1 Pedro 5:6-7). Jesucristo ofrece
paz si acudimos a Él con nuestras preocupaciones e inquietudes. “La paz os
dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro
corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27).
DIFERENCIA ENTRE EL ESTRÉS Y ANSIEDAD
1. El estrés
es una respuesta a un desencadenante externo, mientras que la ansiedad es un
sentimiento más persistente que puede no tener una causa específica.
2. El estrés
suele ser de corta duración, mientras que la ansiedad puede ser duradera y
crónica.
3. El estrés
suele provocar síntomas físicos como dolores de cabeza o fatiga; la ansiedad
puede causar preocupación y miedo excesivos.
4. El estrés
suele estar vinculado a eventos específicos (por ejemplo, plazos laborales),
mientras que la ansiedad puede surgir sin un desencadenante claro.
5. El estrés a
menudo se puede controlar mediante estrategias de afrontamiento; la ansiedad
puede requerir terapia o medicación.
6. El estrés
puede afectar el rendimiento temporalmente; la ansiedad puede interferir con el
funcionamiento diario y la calidad de vida.
7. El estrés
activa la respuesta de lucha o huida del cuerpo; la ansiedad puede conducir a
un estado de mayor preocupación sin peligro inmediato.
8. Las
técnicas de manejo del estrés incluyen la relajación y la gestión del tiempo;
la ansiedad puede requerir estrategias cognitivo-conductuales.
9. Tratamiento:
el estrés a menudo se puede aliviar mediante cambios en el estilo de vida; La
ansiedad puede requerir la intervención de un profesional para un tratamiento
eficaz.
Existe una línea muy fina entre el
estrés y la ansiedad. Ambos son respuestas emocionales, pero el estrés suele
estar causado por un desencadenante externo. El desencadenante puede ser de
corto plazo, como una fecha límite en el trabajo o una pelea con un ser
querido, o de largo plazo, como no poder trabajar o una enfermedad crónica. Las
personas estresadas experimentan síntomas mentales y físicos, como
irritabilidad, ira, fatiga, dolor muscular, problemas digestivos y dificultad
para dormir.
La ansiedad, por otro lado, se define
como preocupaciones persistentes y excesivas que no desaparecen ni siquiera en
ausencia de un factor estresante. La ansiedad produce un conjunto de síntomas
casi idéntico al del estrés: insomnio, dificultad para concentrarse, fatiga,
tensión muscular e irritabilidad.
Tanto el
estrés leve como la ansiedad leve responden bien a mecanismos de afrontamiento
similares. La actividad física, una dieta nutritiva y variada y una buena
higiene del sueño son un buen punto de partida.
Si su estrés o
ansiedad no responden a estas técnicas de manejo, o si siente que el estrés o
la ansiedad están afectando su funcionamiento diario o su estado de ánimo,
considere hablar con un profesional de salud mental que pueda ayudarlo a
comprender lo que está experimentando y brindarle herramientas de afrontamiento
adicionales.
El estrés de todo
tipo es una parte natural de la vida (Job 5:7, 14:1; 1 Pedro 4:12; 1 Corintios
10:13). Pero la forma en que lo afrontemos depende de nosotros. Si optamos por
intentar hacerlo por nuestra cuenta, no encontraremos un alivio duradero. La
única forma en que podemos afrontar el estrés de forma constante y exitosa es
con Jesucristo. En primer lugar, debemos creer en Él. En segundo lugar, debemos
confiar en Él y obedecerle. Debemos confiar en que Él hará lo correcto porque
Sus caminos siempre son los mejores para nosotros. La desobediencia y el pecado
pueden producir estrés y alejarnos del único medio de paz y alegría. Al
obedecer sus mandamientos, cosechamos las bendiciones del verdadero
contentamiento que proviene de un Dios amoroso. Por último, debemos buscar su
paz diariamente llenando nuestra mente con su Palabra, elevando todas las cosas
a Él en oración y sentándonos a sus pies con asombro y reverencia. Solo por su
gracia, misericordia y amor podemos controlar el estrés en nuestras vidas.
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